Durante el pasado fin de semana
he tenido una conversación – discusión -
debate acerca de la conveniencia
de consumir los famosos llamados ALIMENTOS FUNCIONALES. Mi interlocutor era una persona
“aficionada”, a falta de una palabra más adecuada, a llenar su carrito de
compra con productos que aleguen en su etiquetado frases como “este alimento
consumido diariamente previene la formación de la placa de ateroma”, “refuerza
tu sistema inmunitario”, “ayuda a mejorar tu tránsito intestinal” o
“enriquecido en ácidos grasos omega-3”. Pero lo que me hizo reflexionar fue el
hecho de que confiara plenamente en lo que se lee en el envase sin comprobar el
etiquetado o cuestionarse siquiera si él era un candidato a consumir tal
alimento y que los incluyera en su alimentación porque dice “no tengo tiempo de
cocinar como es debido y a veces tengo
que echar mano de alimentos no muy saludables por las prisas”.
Así pues voy a compartir con
vosotros mi punto de vista científico sobre este asunto.
Primero quiero que entendáis que
es un alimento funcional. La definición calcada sería “aquellos alimentos
fortificados desde el punto de vista nutricional para producir un beneficio
saludable al que lo toma o mejorar alguna función del organismo”. Lo que esto
significa es que son alimentos convencionales que se han modificado de tal
forma (incluyendo un nuevo ingrediente, aumentando su cantidad o eliminando uno
que ya tenía) que produce un efecto beneficioso para la salud de una persona.
Antes de seguir ya podéis daros
cuenta de que hago referencia a “una persona” o como he dicho antes “mejora
alguna función del cuerpo”. Así pues nos estamos refiriendo a una modificación concreta para mejorar una
alteración concreta del organismo, no hablamos de forma general.
Y en efecto estos alimentos se
idearon pensando en grupos de población con alguna característica concreta, ya
sea para embarazadas, para ancianos, para mujeres en la menopausia, para niños
con problemas de alimentación… Es decir personas que sufren alguna carencia
nutricional o alimentaria.
Pero resulta que desde no hace
mucho el estilo de vida ha cambiado y ha afectado también a nuestra forma de
comer. El ritmo de trabajo, los horarios, las pocas ganas de cocinar, la gran
oferta de alimentos distintos, la falta de conocimiento en nutrición… ha hecho
que descuidemos nuestra alimentación y ha cambiado también el concepto que
tenemos de los alimentos funcionales.
Pues hoy en día echamos mano de
ellos para intentar compensar en alguna medida los DESEQUILIBRIOS ALIMENTARIOS que tenemos y calmar de paso nuestra conciencia. Hoy me he tenido que quedar a comer en el trabajo y me he pedido en el
bar un bocadillo de queso con bacon y mayonesa. Y como he estado todo el día
trabajando no tenía ganas de cocinar al llegar a casa y me he hecho una pizza,
además me la he comido entera porque estaba muerta de hambre. Así que de postre
me he comido un yogur activia de esos que tienen bifidus porque sino mañana me
levantaré como un globo después de todo lo que he comido hoy…
Otro ejemplo. A mi marido no le gusta nada el pescado,
prácticamente comemos una vez a la semana pescado y casi siempre es merluza
porque es el único pescado que acepta comer. El médico me dijo que debería
comer más pescado azul por eso del omega-3 (es que mi marido tiene el
colesterol alto y ya hemos tenido algún que otro susto). Así que le compro es
leche que tiene omega-3 y se bebe un vaso todos los días.
Las preguntas que surgen ahora
son ¿realmente necesitamos alimentos funcionales? ¿Hay alguna consecuencia de
usarlos de esa forma? ¿Son un buen recurso para sustituir a una dieta
equilibrada y saludable?
El otro día hablábamos de si nos
teníamos que fiar de los patrocinios. Este campo está también muy relacionado,
no olvidéis que todas esas alegaciones saludables que decía al principio y que
se leen en los envases las hacen en realidad la empresa que comercializa ese
producto y siempre estará implicado el marketing, más ahora cuando hay tanta
demanda por parte de los consumidores y se vende tan bien… pero tranquilos. Por
suerte hace algún tiempo se creó la EFSA (Agencia Europea de Seguridad
Alimentaria) que es la que controla que todas esas alegaciones sean ciertas y
se ocupa de que cada empresa demuestre de forma científica que el alimento
produce el efecto saludable que declara en la etiqueta.
Pero… no podemos estar seguros de
que no se escape ninguno. Hasta día de hoy no se han podido demostrar todas las
alegaciones de estos alimentos y la EFSA trabaja para retirar de mercado
aquellos cuyo efecto sea todavía confuso. Todos los días se rechazan muchas
alegaciones (todo esto no me lo invento yo, la información esta accesible para
todo el mundo en la página de la organización).
Es más, un alimento que en su día
se haya comercializado puede que más adelante, al hacer más pruebas o al
descubrirse más cosas, se den cuenta de que no estaba correctamente demostrado
su efecto saludable así que hacen a la empresa correspondiente retirar la
alegación que se hace de dicho producto. Es lo que pasó con cierto yogur
líquido que decía reforzar las defensas y que desde hace un tiempo se ha vuelto
a comercializar con esa alegación.
Con esto quiero deciros, ya para
acabar, dos cosas.
La primera es que nunca habrá
suficientes datos para asegurar que un alimento convencional que se haya
modificado con la intención de producir un efecto saludable sea suficientemente
seguro para consumirlo de forma indiscriminada. La normativa nos dice que
cuando se pone a la venta un producto de estas características debe indicar
siempre la frecuencia con que se debe tomar para conseguir ese efecto. Y,
repitiendo lo que ya he dicho, son productos que se han ideado para satisfacer
las necesidades de ciertos grupos de población con alguna carencia especial, y
no para las personas sanas.
En realidad cualquier persona
puede tomar productos funcionales si se tienen los conocimientos suficientes
para poder hacerlo de forma segura y no permitir que, sin darnos cuenta,
estemos consumiendo más vitamina A de la que toca (la vitamina A en cantidades
excesivas resulta tóxica). Pero no podemos esperar que todo el mundo sean
dietistas-nutricionistas y tengan estos conocimientos.
La segunda es… que a pesar de
todo, todos los organismos sanitarios (y yo) siguen insistiendo en que nada, al
menos hasta ahora, puede sustituir a una alimentación adecuada y saludable y
que la aparición de los alimentos funcionales en el mercado no deben suponer un
espaldarazo a todos los esfuerzos que hacemos para intentar inculcar hábitos
saludables. Al fin y al cabo, la salud tiene un objetivo a largo plazo y una
dieta saludable es lo único que ha demostrado ser efectivo a largo plazo (no
podemos -o no deberíamos- tomar tres danacoles al día por el resto de nuestra
vida).
Así que mi consejo de esta semana…
si creéis o sabéis que tenéis alguna carencia nutricional podría ser
beneficioso e incluso yo os lo recomendaría, incluir un alimento funcional que
pueda ayudaros a combatir dicha carencia. Pero nunca dejéis de esforzaros por
llevar una alimentación saludable. Y ya lo sabéis… los dietistas-nutricionistas
estamos para algo!!
Cristina Barroso Pinilla
Dietista-Nutricionista
cv00506
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